Gypsy by Claudia Velasco

Gypsy by Claudia Velasco

autor:Claudia Velasco
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2016-11-04T10:58:35+00:00


Capítulo 20

Despertó de un salto y se sentó en la cama, Patrick protestó entre sueños, la soltó y se apartó girando hacia el lado contrario. Ella estiró la mano y le acarició la espalda desnuda, respiró hondo y se levantó para beber un poco de agua.

Eran las cuatro de la mañana y llevaba durmiendo y despertándose desde las once, desde que al fin se había acostado un poco alterada, sin dejar de dar vueltas a esa charla tan extraña mantenida con Úrsula en su cocina. Esa chica, que era la típica niña bien de provincias, hija única y mimada hasta la saciedad por unos padres mayores que la adoraban, le caía bien. Desde el minuto uno le cautivó esa naturalidad con la que hablaba, su aspecto sano y lleno de energía y, sobre todas las cosas, su actitud ante la vida y su afán por ser autosuficiente e independiente, a pesar de poder llamar a casa y conseguir todo lo que necesitaba con una sola palabra. Úrsula lo tenía todo fácil, pero no se aprovechaba de eso y seguía estudiando y trabajando duro por sus propios medios y, aunque lo había tenido todo en contra desde que había pisado Dublín, no había abandonado, se había mostrado fuerte y responsable, y la respetaba mucho por eso, tanto, que le había abierto su casa en seguida y la había integrado en su familia con total naturalidad. Lástima que todas esas buenas impresiones se las hubiese cargado de un solo plumazo, instantáneamente, en cuanto le preguntó con cara de desconfianza sobre el origen gitano de los O’Keefe.

Por supuesto, era consciente, que, ante la duda, ella siempre se ponía a la defensiva y le salía un ramalazo bélico de madre coraje que no podía controlar. Ante el más minúsculo atisbo de prejuicio o racismo saltaba como una leona y aunque su propio marido le había dicho mil veces, y entre risas, que debía ser más tolerante y pasota, ella no podía dominarlo, se le contraía el pecho, le subía una furia salvaje por la espalda y entonces sacaba la artillería pesada y ya no oía nada más. A Diego le pasaba exactamente lo mismo y habían llegado a la conclusión de que era por amor y lealtad a los suyos, y eso era imposible de racionalizar. Tampoco lo pretendían.

Así que en cuanto vio la cara de Úrsula se empezó a enfadar. Era irrelevante que preguntara si los O’Keefe eran gitanos o no, eso no le importaba en absoluto, lo que no le gustó fue el tono, el lenguaje corporal, el que soltara perlas como: «he leído cosas bastante inquietantes», «me saltaron las alarmas» o «tengo dudas y hasta un poco de miedo…». Esas frases le empezaron a nublar sus buenas intenciones de inmediato y si no la largó con cajas destempladas de su casa fue porque los niños estaban en el salón.

Ya se había visto en situaciones similares, sobre todo con su familia española o con amigas un poco despistadas, las hermanas de su



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